Es uno de los
principales investigadores de la química atmosférica y uno de los primeros en
alertar sobre el peligro que representan los cloro-flúor-carbonos (CFCs) para
la capa de ozono (ver temas N° 30 y 68 de AQV), que protege a la tierra del
daño que podrían ocasionar los rayos solares, absorbiendo los más peligrosos.
Sus investigaciones condujeron al Protocolo de Montreal, que es el primer
tratado internacional que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental.
Nació el 19 de marzo de
1943 en Ciudad de México y, desde niño, le fascinaba la ciencia, llegando a
convertir un baño de su casa en laboratorio. Siguiendo la tradición familiar, a
los once años fue enviado a estudiar a Suiza. En 1960 empezó sus estudios de
Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México y luego los de
posgrado en la Universidad de Friburgo (Alemania). En 1968 ingresó al programa
de doctorado en Físico-química de la Universidad de Berkeley (USA) y se doctoró
en 1972. Al año siguiente se convirtió en investigador asociado de la misma
Universidad y con el profesor Frank Sherwood Rowland iniciaron un proyecto de
investigación para averiguar el destino de los CFCs en la atmósfera, compuestos
considerados una “sustancia maravillosa” por su gran estabilidad.
Tres
meses después de iniciado el proyecto, Rowland y Molina habían creado la
“Teoría del agotamiento del ozono por los CFCs”. En la atmósfera baja los CFCs
eran muy estables y nada parecía afectarlos, pero ellos sabían que al alcanzar
una altitud suficiente serían destruidos por la radiación solar, aunque lo
importante no era saber qué los destruye sino sus consecuencias: los átomos de
cloro originados en su descomposición catalizan la destrucción del ozono. Fueron
conscientes de la seriedad del problema al comparar las cantidades industriales
de CFCs con las de los óxidos de nitrógeno, cuyo papel catalizador ya había
identificado Paul Crutzen en 1970.
Entre 1974 y 1986 su grupo publicó varios artículos científicos y demostraron en el laboratorio la existencia de una nueva clase de reacciones químicas que ocurren en la superficie de partículas de hielo, incluyendo aquellas presentes en la atmósfera. Además, propusieron una secuencia de nuevas reacciones catalíticas que explican la mayor parte de la destrucción del ozono en la estratósfera polar. Advirtieron de la creciente amenaza que constituyen los CFCs para la capa de ozono y lo difundieron tanto a los científicos como a las autoridades públicas y medios de comunicación porque era la única manera de asegurar que la sociedad tome medidas para reducir el problema. Un sector de investigadores no estaba de acuerdo con sus advertencias y las consideraron excesivas, pero Molina y Rowland lograron, tras arduos debates, la aprobación de sus tesis en encuentros científicos internacionales. En 1994, a raíz de la firma del Protocolo de Montreal, las naciones fabricantes de CFCs se comprometieron a prohibir su producción y a sustituirlos por compuestos menos dañinos al ambiente.
En 1995, el Premio Nobel
de Química fue otorgado a Mario Molina y Sherwood Rowland “por su trabajo en
química atmosférica y particularmente en lo concerniente a la formación y la
descomposición del ozono”. El galardón fue compartido también con el holandés Paul
Crutzen quien halló que los óxidos de nitrógeno (NO y NO2) aceleran
la reducción del ozono en la atmósfera. Por primera vez este premio se otorgó
por un estudio sobre el medio ambiente y también por primera vez fue otorgado a
un científico mexicano.
En 1989 empezó a
trabajar en el Departamento de Ciencias Atmosféricas, Planetarias y de la
Tierra del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y, desde el 2005, es
profesor de la Universidad de California y del Instituto de Oceanografía.
Además, preside en México un centro de Investigación y promoción de Políticas
Públicas, donde realiza estudios estratégicos sobre energía y medio ambiente.
Una faceta menos conocida de Mario Molina es su incansable trabajo por la innovación en la enseñanza de la ciencia, en su papel de Consejero en INNOVEC, contribuyendo a que los niños "aprendan a aprender" e impulsando las vocaciones científicas. considera que la clave para que México ingrese al camino del conocimiento y de la innovación es la educación, "una educación de calidad, que inspire a los mexicanos a acercarse a la ciencia desde la más temprana edad, que despierte en los niños y jóvenes el interés por investigar".
BIBLIOGRAFÍA
http://centromariomolina.org/mario-molina/biografia/
http://www.nobel.unam.mx/molina/autobio.html
Q.F. JUAN JOSÉ LEÓN CAM <jjleon@lamolina.edu.pe>
Departamento de Química. Universidad Nacional Agraria La Molina. PERÚ.