viernes, 26 de septiembre de 2014

MARIO MOLINA HENRÍQUEZ

Es uno de los principales investigadores de la química atmosférica y uno de los primeros en alertar sobre el peligro que representan los cloro-flúor-carbonos (CFCs) para la capa de ozono (ver temas N° 30 y 68 de AQV), que protege a la tierra del daño que podrían ocasionar los rayos solares, absorbiendo los más peligrosos. Sus investigaciones condujeron al Protocolo de Montreal, que es el primer tratado internacional que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental.

Nació el 19 de marzo de 1943 en Ciudad de México y, desde niño, le fascinaba la ciencia, llegando a convertir un baño de su casa en laboratorio. Siguiendo la tradición familiar, a los once años fue enviado a estudiar a Suiza. En 1960 empezó sus estudios de Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México y luego los de posgrado en la Universidad de Friburgo (Alemania). En 1968 ingresó al programa de doctorado en Físico-química de la Universidad de Berkeley (USA) y se doctoró en 1972. Al año siguiente se convirtió en investigador asociado de la misma Universidad y con el profesor Frank Sherwood Rowland iniciaron un proyecto de investigación para averiguar el destino de los CFCs en la atmósfera, compuestos considerados una “sustancia maravillosa” por su gran estabilidad.

Tres meses después de iniciado el proyecto, Rowland y Molina habían creado la “Teoría del agotamiento del ozono por los CFCs”. En la atmósfera baja los CFCs eran muy estables y nada parecía afectarlos, pero ellos sabían que al alcanzar una altitud suficiente serían destruidos por la radiación solar, aunque lo importante no era saber qué los destruye sino sus consecuencias: los átomos de cloro originados en su descomposición catalizan la destrucción del ozono. Fueron conscientes de la seriedad del problema al comparar las cantidades industriales de CFCs con las de los óxidos de nitrógeno, cuyo papel catalizador ya había identificado Paul Crutzen en 1970.

Entre 1974 y 1986 su grupo publicó varios artículos científicos y demostraron en el laboratorio la existencia de una nueva clase de reacciones químicas que ocurren en la superficie de partículas de hielo, incluyendo aquellas presentes en la atmósfera. Además, propusieron una secuencia de nuevas reacciones catalíticas que explican la mayor parte de la destrucción del ozono en la estratósfera polar. Advirtieron de la creciente amenaza que constituyen los CFCs para la capa de ozono y lo difundieron tanto a los científicos como a las autoridades públicas y medios de comunicación porque era la única manera de asegurar que la sociedad tome medidas para reducir el problema. Un sector de investigadores no estaba de acuerdo con sus advertencias y las consideraron excesivas, pero Molina y Rowland lograron, tras arduos debates, la aprobación de sus tesis en encuentros científicos internacionales. En 1994, a raíz de la firma del Protocolo de Montreal, las naciones fabricantes de CFCs se comprometieron a prohibir su producción y a sustituirlos por compuestos menos dañinos al ambiente.

En 1995, el Premio Nobel de Química fue otorgado a Mario Molina y Sherwood Rowland “por su trabajo en química atmosférica y particularmente en lo concerniente a la formación y la descomposición del ozono”. El galardón fue compartido también con el holandés Paul Crutzen quien halló que los óxidos de nitrógeno (NO y NO2) aceleran la reducción del ozono en la atmósfera. Por primera vez este premio se otorgó por un estudio sobre el medio ambiente y también por primera vez fue otorgado a un científico mexicano.

En 1989 empezó a trabajar en el Departamento de Ciencias Atmosféricas, Planetarias y de la Tierra del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y, desde el 2005, es profesor de la Universidad de California y del Instituto de Oceanografía. Además, preside en México un centro de Investigación y promoción de Políticas Públicas, donde realiza estudios estratégicos sobre energía y medio ambiente.


Una faceta menos conocida de Mario Molina es su incansable trabajo por la innovación en la enseñanza de la ciencia, en su papel de Consejero en INNOVEC, contribuyendo a que los niños "aprendan a aprender" e impulsando las vocaciones científicas. considera que la clave para que México ingrese al camino del conocimiento y de la innovación es la educación, "una educación de calidad, que inspire a los mexicanos a acercarse a la ciencia desde la más temprana edad, que despierte en los niños y jóvenes el interés por investigar".

BIBLIOGRAFÍA

http://centromariomolina.org/mario-molina/biografia/
http://www.nobel.unam.mx/molina/autobio.html

Q.F. JUAN JOSÉ LEÓN CAM <jjleon@lamolina.edu.pe>
Departamento de Química. Universidad Nacional Agraria La Molina. PERÚ.